En 2022 comencé a dar clases en un colegio secundario. Con mi formación de licenciatura, lo central del aprendizaje siempre había pasado por los contenidos: leer, escuchar a los profes explicando textos y escribir con mis palabras “lo mismo” que decían los autores, respetando el registro aséptico del lenguaje académico. Pero empezaba a ver que eso no funcionaba dando clases en el colegio. Peor aún era el momento de los exámenes. Pasaba horas corrigiendo respuestas iguales en las que sentía que los estudiantes no veían una oportunidad para aprender los temas vistos en clase. Eso se sumaba al estrés que les causaba rendir. La situación me llevó a buscar vías alternativas para evaluarlos.
En simultáneo, estaba leyendo a distintos historiadores críticos con las prácticas endogámicas de la academia, historiadores preocupados por la necesidad de que los profesionales de la historia se aboquen a capturar al público masivo y a hacerlo parte del desarrollo de los conocimientos de la disciplina. Lo hacía en el marco de la elaboración de mi tesis de grado, que se trata de la redacción de un proyecto de institucionalización de la experiencia de Retornos como programa de divulgación histórica de la universidad.
Me encontré, entonces, con el el colectivo Historia Vulgar, que plantea que los historiadores tienen el desafío de adquirir habilidades literarias para crear narraciones históricas con una tensión dramática que logre involucrar vitalmente al lector, en lugar de convertirlo en un ascético espectador de un texto-vidriera descriptivo1.
Esto implica, consiguientemente, un cuestionamiento acerca de la utilidad del lenguaje académico y/o descriptivo de los textos de historia, incluso de aquellos utilizados en los libros de texto escolares (formal, pretendidamente objetivo y desapasionado, abstracto y técnico, etc.). En otras palabras, el registro de la descripción hace que sus contenidos no puedan ser apropiados o vividos por quien los lea. Y revertir esto, según arriesga el colectivo mencionado, se logra a través de la incorporación de lo dramático al texto. La narración articula una poesía que muestra a la vida en sus matices y contradicciones siendo vividas por otros, en quienes el lector se identifica o ante quienes se siente repelido, despertando su interés y logrando, de ese modo, que sea afectado por el texto. Por ello es que la incorporación de recursos estilísticos y estéticos diferentes a los de la academia o los libros de texto resulta vital para el divulgador2 y, agrego, para “el profe de historia”.
Entre los recursos literarios que Historia Vulgar propone incorporar a la divulgación, se encuentra la ficcionalización. Su potencia radica en la posibilidad de imaginar cómo fue la vida concreta de alguien -quien sea- en otro contexto histórico. Pero, además, a diferencia de otros géneros no ficcionales, permite acceder a una reconstrucción más vívida de cómo han vivido quienes no han dejado muchos rastros, como lo son los sujetos de las clases populares. Especialmente cuando se trata de los aspectos cotidianos de su pasado. Para ello, es necesaria una reconstrucción imaginativa que, paradójicamente, puede arrojarnos una interpretación más real y viva a pesar de que lo que se cuenta no haya sucedido realmente. Ejemplos posibles son las emociones de los actores -que rara vez quedan documentadas-, la vitalidad de los sentidos en una situación -olores, colores, sonidos-, entre otros. Supone, de todos modos, los riesgos de que el relato pierda fidelidad respecto de las vidas pasadas. Para sortear este riesgo, sostiene el colectivo Historia Vulgar, es clave que la reconstrucción se haga sobre la base de documentación e investigaciones que permitan imaginar con parámetros fieles a los parámetros de la época y la mentalidad de los antepasados3. Autores como Di Meglio4 (2011: 117-120) también han defendido la potencia y legitimidad de este género para divulgar la historia siempre y cuando se anteponga la rigurosidad en la construcción de personajes y acontecimientos verosímiles, a partir de documentación e investigaciones académicas. Este recurso, entonces, es legítimo en tanto y en cuanto lo histórico en la ficción reconstruya escenarios que tengan correlato en investigaciones históricas, y el pasado no sea utilizado meramente como escenario.
A partir de estas lecturas, que están más orientadas a la divulgación que a la enseñanza, se me había ocurrido evaluar a mis alumnos con la redacción de ficciones históricas. De estar bien hechas, las mismas tenían que estar precedidas de una investigación que podía ser mucho más rica y profunda si estaba abocada a crear una historia propia, antes que a contestar una pregunta.
Fue entonces que intenté inspirarlos analizando junto a ellos algunas canciones compuestas en la época de la última dictadura -tema que estábamos viendo en ese entonces- para tratar de ayudar a ponerlos en los zapatos de gente que vivía su día a día en ese contexto. Escuchamos algunas canciones que hablaban de política, pero también otras más volcadas al mero entretenimiento, tratando de transmitir cómo la vida cotidiana seguía con todos sus matices, aun en ese contexto.
Les propuse algunos temas-disparadores para la redacción de sus relatos ficcionales, pero la consigna era libre. Quería que pusieran en juego su creatividad y sus propios intereses para inmiscuirse en la vida de un alguien conjetural que hubiera vivido los tardíos años setenta en toda su complejidad. Les compartí, entonces, algunas claves para realizar una ficción, en general, y una ficción histórica, en particular. Las dejo a continuación.
Claves para la «ficción»
Características de una ficción
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Estructura//trama: Introducción, nudo, desenlace. El conflicto como motor de la historia: a partir de él se reconfiguran los personajes, el escenario, la trama.
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Personajes: tienen profundidad, historia, rasgos, personalidad, atraviesan una transformación personal.
- Ubicación espacio-temporal: dónde y cuándo sucede la trama afecta directamente a los personajes, a la trama y al conflicto. No es lo mismo Japón que Argentina, 1810 que 2023, la escuela que un boliche, etc.
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¿Qué hace que una ficción sea histórica?
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Centralidad de un proceso histórico en la trama.
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La historia como trasfondo estudiado y fundamentado. La historia NO es escenografía para historias que podrían suceder en el presente. En ese sentido, es necesario realizar un “extrañamiento”: hacer el ejercicio de extrañarse respecto al pasado. ¿Cómo era la gente, la ropa, el lenguaje, la cultura? No dar nada por sentado, investigar los aspectos que nos generan preguntas, buscar artículos académicos, periodísticos, fotos, videos, películas, documentales.
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Compromiso con la verdad histórica: la ficción es una herramienta para llenar los huecos que la historia académica no nos permite ver. Por eso es fundamental el estudio previo: a partir de lo que sabemos, qué podemos inventar sin faltarle el respeto a la verdad histórica.
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Potencia: clases populares. Generalmente las clases populares no dejan registro, o dejan registros fragmentados. La ficción puede unir relatos dispersos y darles unidad, haciendo del trabajador, del esclavo, del desempleado, del soldado, del campesino, del villero, del pobre, un sujeto concreto con sensaciones, pensamientos, problemas, etc. para que no aparezca únicamente como “masa”.
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Conceptos clave: verosimilitud, imaginación histórica, base investigativa.
Con estas claves, les propuse una dinámica de taller de escritura, en la que hubo distintas instancias de ida y vuelta entre la escritura de ellos y las correspondientes correcciones y sugerencias que les fui haciendo. Estas últimas, en general, fueron por dos caminos. Por un lado, las estilísticas: busqué acompañarlos en el desarrollo de una voz propia a la hora de ficcionar: cómo contar lo que querían contar de forma atractiva literariamente hablando. Por otro lado, los aspectos históricos: desde revisar el lenguaje, hasta investigar las prácticas culturales de determinado contexto, los usos de la comunicación y la tecnología, etc.. Además, un desafío fue tratar de que los procesos históricos “macro” aparecieran entreverados de forma verosímil en un relato de la vida cotidiana de una persona o un grupo de personas. Por eso en las devoluciones les indicaba tareas como buscar artículos académicos sobre temas específicos que tenían que modificar por “lealtad” a la verdad histórica, ver películas, fotos o escuchar determinadas canciones para imaginar ciertas dinámicas, etc.
Cuando repetí la consigna en otros cursos y años, pude pasar en limpio de esta primera experiencia los aspectos que los estudiantes debían tener en cuenta a la hora de editar sus producciones:
Aspectos a tener en cuenta a la hora editar el propio texto
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Construcción de personajes: que tengan cierta profundidad, que los hechos los afecten en un plano personal, en el marco de su historia. En este sentido, los personajes no son meras herramientas que usamos para contar una historia, sino que la historia que contamos los atraviesa personalmente, ya que se trata de sus vidas.
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Verosimilitud histórica: preguntarse cuáles son los aspectos históricos más “flojos” para investigarlos mejor, revertir la situación y lograr verosimilitud. Por ejemplo podés releer tu historia ambientada en 2001 y darte cuenta de que en tu ficción hay una escena de una escuela en plena crisis pero pensás “narré esa escena como si el colegio fuera igual que ahora, quizás eso no era así”. Entonces, te proponés investigar cómo eran las escuelas en esa época de plena crisis social, política, económica e institucional: buscás videos en YouTube, entrevistas, artículos de diarios, documentales, películas sobre la temática, etc. Después de investigar, modificás el cuento para que se adecúe más a la realidad histórica (verosimilitud histórica).
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Mostrar vs. Contar. Generalmente, muchos trabajos te cuentan cosas: “La guerra del Paraguay fue muy dura. Las peleas fueron muy sangrientas” o “El día del corralito la gente se enfureció y empezó a vandalizar los bancos”. En vez de eso, la ficción debe mostrar lo que se quiere decir, para comprometer al lector desde lo sensible. En vez de mencionar que la guerra fue dura, por ejemplo, narrar desde el punto de vista del personaje que luchó por qué fue dura, contar cómo ve a un amigo morir, contar cómo procesó internamente luchar contra un ejército compuesto por muchos adolescentes, narrar la situación del herido, etc. O, en vez de decir que la gente se enfureció, mostrar qué se le pasaba al que sufrió el corralito por la cabeza: “no voy a poder pagar el alquiler, me van a rajar del departamento” y narrar cómo el miedo o la ira lo llevaron a agarrar una piedra y tirarla al banco.
Finalmente, después de una o dos pre-entregas -según el caso- y de sus correspondientes devoluciones, cada estudiante entregó una ficción histórica y una contextualización adjunta en la que daban cuenta de lo investigado para realizarla. Los resultados fueron realmente entusiasmantes: me encontré con algunas producciones muy originales desde lo creativo, otras que lograban incorporar temas y preguntas muy complejas de abordar históricamente -como la violencia política- con mucha naturalidad en un relato para nada “forzado”, otras que lograban transmitir con gran sensibilidad y habilidad narrativa aspectos íntimos relacionados a las emociones y la moral de los personajes en un contexto de represión y terrorismo de Estado, otras que lograron incorporar el fuerte impacto de la transformación económica de la matriz productiva en la vida de los trabajadores, etc. Sin mencionar que corregir por fin se me convirtió en algo entretenido e interesante, la evaluación posterior que hice de la actividad fue que el grado de aprendizaje de los temas abordados en clase fue significativamente mayor al que suele apreciarse en un examen tradicional.
Cuando consulté de forma anónima a los estudiantes, a través de Google Forms, acerca de la materia en general -práctica que adquirí para tener un feedback-, la utilización de las ficciones históricas y de las canciones salió repetidamente valorada de forma positiva, sin que yo preguntara específicamente al respecto. Me hicieron comentarios como “Lo que más me gustó fue escribir las ficciones históricas porque siento que fue una gran manera de aprender a escribir y a redactar”; “La ficción histórica fue bastante útil para incorporar todos los contenidos que estuvimos viendo”; “El último trabajo [en referencia a las ficciones históricas] me hizo investigar más que estudiar para una prueba”; “el último trabajo de historia hizo que me interese más y esté más informada sobre el contexto histórico en el que trabajé”; “Algo que me gustó mucho fueron los contenidos los cuales me ayudaron a por primera vez formar parte de una conversación (fuera del colegio) sobre la dictadura sin sentirme excluido”; “Me gustaron las canciones al principio de la clase”; “Me gustaron las maneras de evaluar los contenidos y las canciones”; “Me gusta que siempre vengas con una canción”, etc. Por otra parte, algo que también me han mencionado informalmente es que, una vez transcurrido el tiempo, los contenidos evaluados a través de las ficciones fueron los que más perduraron en su memoria. Y lo hacían en contraste con otras experiencias evaluativas en las que, según comentaban, al otro día de rendir ya se olvidaban lo evaluado.
Esta experiencia la realizamos inicialmente junto a estudiantes de sexto año del colegio La Salle Florida y luego la replicamos entre estudiantes de cuarto año. Las autoridades del colegio fueron muy abiertas y se prestaron desde un principio a acompañar este experimento, al punto tal de, posteriormente, impulsar junto a Retornos la publicación voluntaria de las ficciones en el presente número de nuestra publicación para que sean leídas en el marco de una exposición por los 40 años de la Democracia en Argentina. Los trabajos de Tiziana Molinari, Delfina Morado e Iván Sierkovich, en ese sentido, han sido enviados por los estudiantes a la redacción de Retornos, desde la que se procedió a editar las notas como habitualmente las editamos con los autores universitarios de nuestra publicación. Lamentablemente muchos otros trabajos brillantes no han sido publicados por falta de iniciativa de sus autores, que se encuentran en un período de cierre de notas del cuatrimestre, pero estos tres trabajos bastan de muestra.
Por último, cabe mencionar que desde Retornos queremos seguir desarrollando este tipo de experiencias de diálogo entre un proyecto extracurricular universitario de divulgación y un colegio secundario; asimismo, en el La Salle hemos empezado a trabajar junto a la coordinadora del departamento de ciencias sociales para incorporar las ficciones históricas a las secuencias educativas de historia de forma más sistemática y coordinada. A priori, parece tratarse de un camino que recién empieza.
Espero que esta nota sirva para profundizar y potenciar experiencias de colaboración entre la universidad pública y otros sectores de la sociedad que, muchas veces, se encuentran divorciados de los ámbitos académicos. Asimismo, creo que esta experiencia puede servir para seguir jerarquizando las prácticas de la divulgación desde la disciplina histórica, ya que nos permite pensar cómo la reflexión y la praxis divulgativa pueden servir para articular ámbitos educativos de distintos niveles que muchas veces se encuentran aislados entre sí, dando, de esta forma, más inserción social a la universidad pública.