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Asesinos de la Patria
En el marco de la materia de historia dictada por el profesor Ramiro Segovia, alumnos de 6to A Sociales del Instituto La Salle - Florida han redactado ficciones históricas que buscan expresar los contenidos estudiados de forma creativa. Este trabajo de Luca Guido y Tomás Lorenzino, entre otros, ha sido seleccionado por Retornos para su publicación.

24 de marzo de 1976, el día que mi corazón se rompió. El día que mi tierra se detuvo y el mundo siguió girando. Tenía 19 años cuando sentí el dolor por primera vez. Era joven y había abandonado la política debido al riesgo que esto conllevaba. Era una época en la cual las aguas estaban muy turbias, había peces peligrosos en el mar. Me llamo Luis Alberto García y quiero contar mi historia, cómo viví desde adentro, en primera persona, cómo tomaban y asesinaban a un país, a mi patria.

Mi vida comenzaba en tiempos turbulentos. Nací un 17 de agosto de 1955 en el hospital Alemán. Nací en una familia medianamente acomodada y tuve una infancia relativamente feliz. Menos de un mes después, ocurriría el golpe de Estado que derrocó a Perón. Crecí sin consciencia alguna de lo que estaba pasando en mi tierra.

Capítulo 1: la «Revolución» Argentina

En junio del 66’ yo tenía 9, casi 10 años. Eran eso de las 8:30 de la noche, hacía frío en Buenos Aires, yo estaba recién bañado y el olor a milanesas con puré de mi vieja inundaba toda la casa. Era la hora de la cena, yo me senté 5 minutos antes, como de costumbre, para dar las gracias y conversar con mis padres. Durante la cena se me ocurrió preguntarle a mi padre sobre lo que había pasado el “otro día en la universidad”, ya que esa mañana había escuchado a dos profesores hablar sobre algo “terrible” que había pasado en unas facultades.


— Papi, ¿qué fue lo que pasó el otro día en la universidad? ¿Le pegaron a los profesores?
— Lo que se tiene que hacer, Luis, lo que se tiene que hacer. Este tipo de personas te infectan y matan el cerebro, son el cáncer de la sociedad.
— Ay, Eduardo, ¿te parece decirle eso a la criatura? — lo interrumpió mi mamá
— Si te escuchara tu suegro, María Victoria, siempre que te refieras a nuestro gobierno, respeto por favor.
— No dije nada en contra de ellos, simplemente que, ¿no te parece un poco mucho decirle eso al nene?
— ¡Le estoy diciendo la verdad, mujer! ¿De qué hablas?
— ¿A vos en serio te parece correcto lo que hicieron contra esos profesores?
De repente, un estruendo interrumpió la mesa familiar. Mi padre le había dado vuelta la cara a mi mamá de un cachetazo.
— ¿Qué dijiste, querida? — dijo mi padre. — ¿En serio te animás a faltarme el respeto de esta manera? — exclamó y acompañó con un puñetazo en la mesa.

Veía a mi mamá y veía a un fantasma, estaba pálida del miedo. Al verla tan temblorosa, llena de miedo y frágil, automáticamente me quebré en llanto. Desde ese día, algo en mí despertó. Empecé a tener cierto resentimiento o frialdad hacia mi padre. Desde ese mismo momento, desde tan chico, comprendí que tenía que empezar a pensar por mí mismo y no dejar que nada o nadie me lastime, como hacía mi padre con mi madre. Es ahí que comprendí que debía formar mis propias ideas y valores. Pasaron un par de años. Corría el año 1969 y, llegados los 13, mientras me empezaban a salir mis primeros granos, también la gente se empezaba a hartar de los dictadores que nos gobernaban. Es en esta época también que empiezo a juntarme con mis amigos en la calle, más específicamente en la plaza Beiró. Ahí probamos nuestros primeros puchos que, en la mayoría de nuestros casos, serían fieles compañeros de los años próximos.

— Raúl, ¿te queda un pucho?
— Me matas, Luis, me queda uno.
— Despreocúpate — le dije.
— Muchachos, ¿vieron lo que pasó en Córdoba? — interrumpió Alberto.
— Sí, terrible los huevos de los cordobeses. Imagínate haber estado ahí — dijo Raúl.
— ¿Saben qué es eso, no? La gente se empieza a despertar — exclamé yo.
— ¿Despertar de qué, Luis? ¿De la siesta? — preguntó Tito, tratando de hacerse el gracioso.
— Tito, la gente se está dando cuenta que es una locura vivir bajo esta gente que tomó el país. Fíjate todo el quilombo qué está pasando, los conflictos sociales ya están dando cuenta de eso.
— Fíjate qué no se pueden poner de acuerdo ni ellos mismos, ¡se odian entre ellos!
— ¡Sí! Y no te olvides que son unos hincha bolas. El otro día me pararon volviendo de Quilmes y me tuvieron como una hora — exclamó Raúl.
— ¡Ah, y eso qué no te conté lo que le pasó a mi tío! — dijo Tito.
— ¿Qué le pasó? — pregunté.
— Unos militares le pegaron por tener la barba larga, lo acusaron de zurdo y marxista. Le sacaron el auto, lo llevaron a la comisaría y lo afeitaron. Para colmo, le hicieron pasar una noche en el calabozo. ¡Imagínate!
— Yo no sé ustedes muchachos, pero de grande no quiero vivir así — exclamé.
— Quedate tranquilo igual, Luisito, quedate tranquilo… — dijo Raúl.

Capítulo 2: La Calma Antes de la Tormenta

1973, mi último año de colegio secundario recién empezaba y yo creía que estaba por vivir uno de los años más felices de mi vida. Ese año lo recuerdo a flor de piel ya que fue uno de los años más movidos de mi vida. Con Raúl y Tito nos juntábamos todas las tardes en mi casa a tocar canciones nuevas que iban saliendo de nuestra banda favorita del momento, Pescado Rabioso. Hubo un día en particular que no nos juntamos a ensayar, sino que nos juntamos a escuchar por radio la asunción de Cámpora. Era el día 25 de mayo de 1973.

— Lucho, ¿tenés fuego? — preguntó Tito.
— Tomá — le dije.
— ¡Prendan la radio muchachos, ya casi es hora! — gritó Raúl desde el baño.
— Te das cuenta, ¿no, Tito? — le pregunté a mi amigo.
— ¿Qué cosa, Lucho? — respondió.
— Es la primera vez en nuestra vida que vamos a vivir en democracia.
— ¡Y en un gobierno popular! — acotó Raúl
— Es increíble, pero no te olvides que Perón todavía está exiliado, ¡volveremos! ¡Jajaja!
— ¡Jajaja! Sí, es verdad — le dijo entre risas en un clima festivo.
— A todo esto, ¿cómo anda tu viejo con toda esta noticia, Luis? — le preguntó Raúl mientras se secaba las manos.
— Ahí anda, re caliente con esto. Y encima me tiene a mí que no paro de pincharlo, ¡ja ja ja!

Escuchando la asunción, no pude contener las lágrimas. Despertaba mucho en mí lo que hablé con Tito. Era la primera vez en 17 años de vida que iba a vivir en democracia. En un par de años ya iba a poder votar. ¡Imaginate!

El 20 de junio de 1973, con menos de 3 meses de Cámpora al poder, ya estaba volviendo Perón. Pero no fue todo como lo esperado. La tercera presidencia del General ya empezaba mal, con la masacre de Ezeiza. Con los muchachos teníamos planeado faltar al colegio e ir a Ezeiza a recibirlo, pero el director nos enganchó fuera de la escuela. Lo que sucedería después nadie lo imaginaría.

Capítulo 3: El Comienzo dela Tormenta

Viernes 17 de agosto de 1973, mi cumpleaños número 18. Había organizado una reunión con los muchachos en casa, nada especial. Mi padre estaba trabajando en el poder judicial, ejerciendo, mientras que mi madre nos preparaba tortafritas. De repente unos fuertes golpes azotaron desde la calle. Decidimos salir con los muchachos a ver qué pasaba. Salimos por el portón a través del garaje sin saber que lo que veríamos en ese momento auguraba la triste realidad que atravesaría nuestro país en los años entrantes. Una patota se bajó de un Falcon verde sin patente. Parecían policías y portaban armas reglamentarias.

— ¿¡Dónde está ese zurdito subversivo!? — entró a los gritos agarrando a Tito de la camisa, escoltado por otros dos tipos con las armas en las manos
— ¡Ey, ey, soltalo que solo estamos festejando un cumpleaños! — dijo Raúl queriendo interponerse entre Tito y el cana.
— ¿Querés que te hagamos un regalito de cumpleaños, hippie mugriento? — le contestó uno de los escoltas mientras le ponía el chumbo en la garganta. Raúl se quedó tenso y trató de bajar sus decibeles.
— Está bien, está bien, ya nos vamos, mejor, muchachos — dijo Tito con un nerviosismo abundante.
— ¿A dónde creés que te vas, pendejito? — preguntó el policía furiosamente mientras lo agarraba, ahora del cuello. Se le acercó entonces al oído y le dijo:
— ¿No serás vos el montonero que andamos buscando, pibe?
— No, oficial — no tengo nada que ver — respondió Tito con la voz temblorosa.
— ¿Seguro, pibe? ¿¡Seguro?!

De repente, con una fuerza que parecía sobrehumana, el policía empezó a pegarle a Tito, tanto que logró tumbarlo. Con Raúl tratamos de agarrar a Tito, sin siquiera tocar al policía, por el miedo que este irradiaba, pero el otro patotero no nos dejó. Era desesperante ver cómo molían a golpes a uno de nuestros seres más queridos, era realmente duro. Ya de rodillas, Tito, con la cara apenas reconocible, cayó inconsciente. Los policías siguieron con lo suyo, mientras que nosotros nos llevábamos a Tito a casa lo más rápido que podíamos para curarlo. Mi vieja, al verlo, se espantó tanto que se desmayó. Por suerte, mi padre esa noche se fue a dormir a lo de mi abuela y nunca se enteró de lo ocurrido.

Capítulo 4: La Tensión Crece

Los meses pasaron. Era octubre, ya eran los últimos meses de clases y tenía que empezar a ocuparme de mi futuro, pero con lo que ocurría a mi alrededor, se me hacía imposible. La AAA estaba en auge y con López Rega a la cabeza, parecía incontrolable. Violencia todos los días, desaparecían personas, todos los días acribillaban militantes, todos los días pasaba algo que desalentaba mi sueño de vivir libremente. La salud de Perón era crítica.

1974, primer año de facultad. Había elegido seguir el legado familiar y estudiar abogacía, aunque yo estaba seguro de que en algún momento la iba a pegar como guitarrista. Qué iluso. La esperanza se desvaneció rápidamente cuando el gobierno de Perón comenzó a mostrar un giro autoritario. La violencia política se intensificó y la Triple A comenzó a aterrorizar a la población con secuestros y asesinatos con un proceder similar al que meses antes había desfigurado a Tito.

Finalmente, el 1 de julio del 74, Juan Domingo Perón falleció. Yo en lo personal estaba muy apenado con la política, mientras qué Tito y Raúl, se morían por ir a despedirlo, así que como buen amigo, los acompañe. Decidimos ir el miércoles 3 de Julio al congreso Nacional, era ahí donde se encontraban sus restos. Llegando se sentía un clima de paz, tristeza y también decepción. Nunca había visto a tanta gente reunida, nada más cuando mi viejo me llevaba a ver a River. Tanto Tito como Raúl no pudieron evitar las lágrimas ya llegando allí, mientras que yo sentía una terrible angustia que me iba presionando el pecho.
— ¡Llegamos, muchachos! — grité yo tratando de hacerme sonar entre la multitud de personas.
— ¡Olvídense de pasar! — dijo Raul mientras estaba siendo aplastado por el tumulto de gente.
Esperamos aproximadamente una hora para ver si lográbamos avanzar algo, pero fue totalmente en vano.

Ya en el 71, camino de vuelta a casa, los muchachos estaban muy tristes por lo sucedido, pero sobre todo por cómo había resultado la última presidencia de Juan Domingo. Ellos soñaban con vivir en un gobierno peronista y popular, pero con lo que le había pasado a Tito el anterior año, las esperanzas se habían desvanecido.

Tras su muerte, su viuda, que ocupaba la vicepresidencia de la Nación, Isabel Perón asumiría la presidencia.

Un día como cualquier otro, en agosto del 75, unos días antes de mi cumpleaños, recibí un llamado que lo cambiaría todo. ¡Ring! ¡Ring!, se escuchaba.

— ¿Hola? — contesté.
— ¿LUIS? ¿LUIS CONTESTAME POR FAVOR? — dijo Tito, despavorido.
— Alberto, tranquilo, ¿qué pasó?
— ¡ES RAÚL, PELOTUDO, ES RAÚL!
— Tranquilo, ¿qué fue lo que pasó, Tito? Contame de una vez, boludo.
— LO MATARON, LUIS, LO MATARON. ESTABA CAMINANDO POR LA CALLE CUANDO DE REPENTE DOS MILICOS LO AGARRARON Y LO SUBIERON A UN AUTO.
— ¿Cómo podés estar tan seguro de esto, Tito? Llega a ser una joda y te cago a trompadas — respondí, tratando de enfrentar la realidad.
— LUIS, UNA VECINA LO VIO TODO Y SE LO CONTÓ A MARÍA ELENA. YO ESTABA YENDO A BUSCAR A RAÚL CUANDO ME LA ENCONTRÉ A ELLA TIRADA, LLORANDO DESCONSOLADA EN EL MEDIO DE LA CALLE, LUIS.

Después de esas palabras, mi mente se borró completamente y me desvanecí. Lo único que pude escuchar fue cómo mi corazón se agrietaba cada vez más rápido y con facilidad. Me desperté en el hospital de Vicente López, sufrí una descompensación, pero inexplicablemente no me podía recuperar. Así estuve una semana internado, viendo sin frenar cómo no paraban de entrar personas golpeadas hasta casi la muerte, exactamente como le pasó a Raúl. Desde la muerte de nuestro amigo, con Tito decidimos que lo mejor era tomar caminos distintos. Los dos queríamos olvidar todo por lo que habíamos pasado, y también escondernos, escondernos de lo que le había pasado a nuestro querido amigo. Desde ese día, todo cambió para nosotros.

Capítulo 5: La escalada del Terror

El gobierno de Isabel Perón fue un caos de inestabilidad y represión. Los Montoneros volvieron a la clandestinidad y sus atentados se multiplicaron. La respuesta del gobierno fue brutal: el Operativo Independencia en Tucumán fue una muestra de la dureza con la que actuaban las Fuerzas Armadas. La represión en Buenos Aires se sentía en cada esquina. Parte de nuestra sociedad acompañó, apoyó y justificó el violento accionar del gobierno y las fuerzas. Mi panorama a esta altura era completamente desolador, estaba atravesando la mayor depresión de mi vida, me aterraba el hecho de qué la gente apoyara a asesinos, a los mismos asesinos de Raúl.

En 1975, el Rodrigazo provocó una brutal caída de los salarios reales y una oleada de protestas y movilizaciones sindicales. La situación económica y política se volvió insostenible. El país estaba al borde del colapso y el golpe militar era inminente.

Capítulo 6: El Golpe de Estado del 24 de Marzo de 1976

Y entonces llegó el 24 de marzo de 1976. El golpe militar que derrocó a Isabel Perón marcó el inicio de la dictadura más oscura y sangrienta de nuestra historia. Yo tenía 20 años y el terror se apoderó de nuestras vidas. Muchas personas vivieron este golpe con esperanza y fe, mientras que amigos y conocidos empezaron a desaparecer, las noches se llenaron de silencio y temor, y el país se sumió en una pesadilla de represión sistemática.

El miedo era omnipresente. Sabíamos que cualquier expresión de disidencia podía costarnos la vida. Las calles de Buenos Aires, antes llenas de esperanza y actividad política, ahora eran recorridas por el sonido de botas militares y el constante rumor de secuestros y desapariciones.

Luca Guido y Tomás Lorenzino.

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