La periodización del movimiento feminista presenta diferencias considerables dependiendo del lugar geográfico del cual emerja su narrativa. Esto responde a la complejidad de su historia, circunstancias, geografías y temporalidades. Por eso, quizás sea mejor hablar de “feminismos” en lugar de “feminismo”. Además, si bien en esta edición nos referiremos en esos términos a las pensadoras ilustradas de fines del siglo XVIII, la expresión fue recién acuñada de manera autorreferencial por la sufragista Hubertine Auclert en 1882. En nuestro presente, repensar los feminismos, y pensarnos feministas, implica un ejercicio emotivo en donde intervienen sentimientos, compromisos y también contradicciones. Desde lo personal, este breve texto surge de creer en la necesidad de recuperar fragmentos de una historia que merece ser narrada, intentando maximizar esfuerzos para atender al menos en parte las complejidades que la atraviesan.
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE OLAS?
Pese a las disputas historiográficas que presenta la cronología en “olas” recurriremos a ella por tratarse de una mirada extendida. El modelo surgió en 1968, cuando la periodista estadounidense Martha Weinman Lear escribió su artículo “The Second Feminist Wave”. Intentando dar fuerza a un resurgimiento feminista norteamericano que reclamaba nuevos derechos, lo planteó como la continuación de una “primera ola” sufragista. Así, puede inferirse que su propuesta respondió más bien a la necesidad de una auto legitimación feminista, desde su propio momento y su respectiva localización1. Con el tiempo, ese relato se expandió y las lecturas sobre los feminismos se leyeron en esa clave. Se situó al inicio de una primera ola en 1848 con la “Declaración de los sentimientos” de Seneca Falls, que reclamó por el sufragio y la educación equitativa entre los sexos hasta mediados del siglo XX. Posteriormente, una segunda ola que remite a una etapa de los 60´ y 70´ de radicalización política y demandas por el acceso a derechos reproductivos y sexuales, a la vez tendiente a impulsar la producción teórica feminista. Finalmente, una tercera ola entre los 80´s y 90´s que cuestionó las limitaciones de las antiguas producciones, pretendiendo expandir la mirada para repensar las problemáticas del feminismo desde un enfoque de interseccionalidad -género, raza y clase-2, dando además lugar al surgimiento de la teoría queer. Entre estas alternativas cobraron fuerza el feminismo negro, postcolonial o el transfeminismo, críticos de la hegemonía blanca, burguesa y cisgénero del movimiento, que solo atendía sus preocupaciones en torno al sexismo, descalificando otras demandas complejas.
Ahora bien, dicha cronología emergió de un contexto intelectual específicamente noratlántico y funcionó como legitimación de un feminismo blanco y eurocéntrico. En otros términos, ese recorrido no sintetiza la historia del feminismo como totalidad, sino que representa necesidades coyunturales de un sector del movimiento. Por eso, su uso puede conducir a simplificaciones u omisiones, dado que existen otras culturas o luchas de mujeres en geografías distantes a las que -no casualmente- entendemos como “primer mundo”. En esta línea, distintas pensadoras postcoloniales en los años 80’s identificaron que ciertos discursos del feminismo hegemónico posicionaban la mirada occidental como unidad de medida universal. Es decir, imponían cuáles eran los problemas que el feminismo debía atender, homogeneizando realidades disímiles forzadamente3. En diálogo con esta mirada, no es sorprendente así la trascendencia del diagrama en “olas”: una genealogía construida mediante la interlocución de Estados Unidos y Europa.
LA FICCIÓN DE LA UNIVERSALIDAD
Tomando distancia de la cronología clásica, coincidimos con la mirada que encuentra el origen del feminismo -como movimiento articulado de lucha de mujeres- en la Europa de fines del siglo XVIII4. Las pensadoras ilustradas pujaron por ingresar a una esfera pública reservada a los hombres, quienes fueron los únicos considerados ciudadanos. Ellas reclamaron espacios de participación política a partir del horizonte abierto por la nueva ciudadanía “universal” francesa, producto de la Revolución de 1789. Sin embargo, fueron excluidas por supuestos parámetros de inferioridad psicológicos y biológicos: se las planteaba como seres excesivamente emocionales proclives a fanatismos religiosos o libidinosos. Así, se estimuló cierta división del trabajo en torno a la necesidad de relegarlas a tareas domésticas y reproductivas. La autoridad a la que se acudió para legitimar la diferencia sexual fue la “naturaleza”, significante vacío de larga data utilizado para justificar distintas premisas del mundo social. En concomitancia, las herramientas que cerraron el circuito fueron leyes y políticas capaces de instituir la mirada sexista del iluminismo. Recurrir a esencialismos permitió ocultar el componente variable e histórico del género5. El resultado de estas luchas fue politizar la diferencia sexual instalando la discusión en el espacio público.
Por otra parte, tales exclusiones revelan los límites del principio abstracto de universalidad. En el Contrato Social de Rousseau operaron mecanismos de exclusión, clausura y separación que abonaron la imagen del espacio político como lugar gobernado por igualdades abstractas, sustentadas jurídicamente. Así, se despolitizaron y recortaron del discurso público las fuentes del conflicto social: relaciones desiguales fundadas en la propiedad, la raza y la diferencia sexual. Por ello, no es extraño además que las personas racializadas o esclavizadas fueran también privadas de las bondades de la ciudadanía. Además, la mirada rousseauniana consiguió que la diferencia de anatomías se cristalice en un principio de exclusión política6. El espejismo de la universalidad se desvanecía con la persistencia de lógicas racistas, sexistas y colonialistas.
PENSADORAS Y ACTIVISTAS ILUSTRADAS
En torno al protofeminismo ilustrado recuperaremos tres identidades destacadas: Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft y Flora Tristán. La primera, escritora revolucionaria francesa, filósofa y abogada abolicionista. Redactó en 1791 “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” y reclamó el derecho de las mujeres a participar en el espacio público. Olympe fue guillotinada en 1793 por sus ideas radicales.
En el epílogo dirigido a madres, hijas y hermanas de la Nación expresó:
«El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas?»7.
Por su parte, Mary Wollstonecraft fue una filósofa inglesa sensibilizada por las transformaciones políticas de su época. Participó de un heterogéneo círculo de radicales ingleses y tuvo vínculos con las francesas Etta Palm, Madame Roland y de Gouges. En sus escritos reclamaba modificaciones legales para terminar con la subordinación de las mujeres, demandando al Estado un sistema nacional de enseñanza primaria, gratuita y universal, sin distinciones de género. Consideraba que su desarrollo intelectivo estaba condicionado por falta de acceso a la educación. Su crítica inauguró una perspectiva capaz de advertir que la dimensión política de la subordinación femenina no estaba ligada a elementos biológicos o psicológicos8. En 1792 escribió “Vindicación de los derechos de la mujer”, donde señalaba: “No deseo que tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”9.
Flora Tristán fue una política franco-peruana nacida en 1803, hija ilegítima del aristócrata peruano Mariano Tristán Moscoso. Trabajó como obrera en un taller de litografía en Francia. A partir del acoso de su marido, en 1833 viajó a Perú para reclamar su herencia. Esa experiencia estimuló la escritura de Peregrinaciones de una Paria (1838), donde mostró preocupación por la subordinación femenina. Además, exhibió el contraste entre el ideal europeo de civilización frente a las dificultades de habitar un territorio marcado por la experiencia colonial. Registró la situación de sus habitantes, las diferencias entre las clases sociales y la injusticia de la trata de negros. Viajo repetidamente a Inglaterra y observó las trágicas condiciones de lxs trabajadorxs, conduciéndola a escribir Paseos en Londres (1840). Hacia 1843 redactó La Unión Obrera, dando forma a su pensamiento socialista. Luego de su muerte se publicó su ensayo La emancipación de la mujer. Flora criticó las condiciones del proletariado, pero también observó la opresión de sujetos racializados y mujeres. Su modelo emancipatorio superó las luchas fragmentarias de su época, haciendo dialogar perspectivas de género, raza y clase. Su mirada se nos presenta como una síntesis, ya que logra tensionar los ideales de progreso frente a la persistencia de la opresión.
RETROSPECTIVA
Es necesario insistir en una reflexión acerca de los feminismos más compleja, que tome posición y revele los desafíos aún no abordados. Como se ha mencionado, que se atiendan únicamente demandas de mujeres cisgénero en torno al sexismo no es suficiente. Geográficamente, es fundamental repensar cómo hemos planteado nuestros análisis, evaluando cuan ajenos a nuestra realidad y territorio fueron los marcos de entendimiento utilizados. Danila Suarez Tomé señala: “Es parte del desafío de los feminismos periféricos el descolonizar la mirada, además de despatriarcalizarla”. Respecto al dilema público-privado del protofeminismo ilustrado, cabe decir que constituye aún hoy un legado tenso: las demandas del movimiento nunca se resuelven mediante acuerdos privados, sino instalándolas en el espacio público presionando los conservadurismos contractualistas. Finalmente, tampoco podemos obviar que en las transformaciones políticas globales existieron distintas intervenciones radicales, pese a no enmarcarse en un “movimiento feminista”. En un futuro número se recuperarán las acciones de mujeres no europeas ignoradas por los relatos extendidos: Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, María Remedios del Valle, Nanny de los cimarrones o Nzinga Mbandi.