“…Podía escuchar los proyectiles viniendo,
realmente comencé a entender lo que era el miedo…”
QUIREN M. GROESSL, 5º Regimiento de Infantería de Wisconsin.
El inicio de la Primera Guerra Mundial en julio de 1914 marcó el comienzo de un enorme conflicto sin precedentes en la historia de la humanidad. Una de sus más notorias características fue el uso masivo de la llamada guerra de trincheras. Para crear trincheras se cavaban zanjas, a veces de enormes extensiones, en las cuales regimientos enteros permanecían días e incluso meses. Pero, ¿Qué implicaba vivir en una trinchera? Eso es lo que proponemos analizar en el presente artículo.
EL SISTEMA DE TRINCHERAS
Las trincheras consistían en zanjas cavadas en zigzag de aproximadamente 1,6 metros de profundidad, reforzadas con sacos de arena y otros elementos. Generalmente se realizaban en series de dos, tres o cuatro zanjas paralelas con líneas que las conectaban entre sí para poder distribuir la comida, las municiones, los correos y las tropas de recambio. También era común que contaran con emplazamientos para ametralladoras, puestos de mando, enfermerías y zonas en las que refugiarse durante los largos bombardeos enemigos. El mismo sistema se repetía en las trincheras del enemigo, a una distancia general de unos cientos de metros. La porción de terreno que se encontraba entre las dos líneas de trincheras era la llamada “tierra de nadie”, por la que las oleadas de soldados correrían en la suicida tarea de llegar a la trinchera rival y capturarla.
UN INFIERNO DE BARRO Y LLUVIA
La naturaleza de las trincheras hacía que estos pozos fueran un infierno insalubre prácticamente desde el momento en que eran construidos. Las lluvias inundaban las zanjas y la pésima condición del terreno -debida a los impactos de las balas y la artillería- hacía casi imposible conseguir un lugar seco en toda la línea del frente. La prolongada exposición por parte de los soldados a este tipo de ambiente solía generar el llamado “pie de trinchera”, enfermedad que, de hecho, fue apodada de esta forma a partir de la Primera Guerra Mundial. La piel se ablandaba, se abría y se infectaba dando lugar a la gangrena y a una posible amputación en caso de que no se tratara a tiempo. Recordemos que todo esto sucedía en un mundo en el que aún no se había descubierto el primer antibiótico utilizado médicamente: la penicilina. Cualquier tipo de herida podía resultar mortal debido a la condición del entorno y a la exposición a todo tipo de elementos. El barro era tan denso que incluso se temía morir ahogado al no poder salir de él. La guerra convertía paisajes enteros en interminables y hediondos pantanales difíciles de transitar. El fango también hacía extremadamente arduo el transporte de suministros hacia la línea del frente.
MUERTE, SUCIEDAD Y FETIDEZ
El olor en las trincheras era extremadamente desagradable. La naturaleza del conflicto hacía imposible retirar todos los cuerpos de los fallecidos durante las oleadas de ataque, muchos de los cuales, literalmente, eran tragados por el barro. Las letrinas a cielo abierto, las ropas húmedas y todo tipo de desechos contribuían a que el hedor de la trinchera fuera realmente horroroso. Cajas de municiones vacías, cartuchos, uniformes desgarrados, vendas usadas, restos humanos, de animales y otro tipo de residuos también eran muy comunes en el interior y en los alrededores de la trinchera. Las epidemias de tifus, cólera, gripe o disentería eran moneda corriente entre los soldados. Además, había ratas, piojos y otros insectos que acarreaban enfermedades. Está de más agregar que cuidados básicos como el cepillado de dientes fueron ampliamente ignorados y, aunque había dentistas presentes en el frente como parte de los equipos médicos, la dentadura del soldado promedio se vio altamente comprometida.
VIVIR HOY PARA PROBABLEMENTE MORIR MAÑANA
El entorno de la Primera Guerra Mundial era extremadamente hostil para la vida humana. Más allá de los peligros naturales anteriormente mencionados, los disparos de metralla desde la trinchera rival, los bombardeos incesantes, los gases tóxicos, las constantes oleadas de ataques y los alambrados se añadían a las deplorables condiciones de salubridad. El continuo sonido de disparos, gritos y explosiones, sumado a las horrorosas imágenes que un soldado debía presenciar durante el combate, fue la combinación perfecta para destrozar la sanidad mental de cualquier persona que pusiera un pie en la trinchera. La denominada “neurosis de guerra” se hizo presente en millones de combatientes a lo largo de todo el conflicto. Este trastorno de estrés postraumático causaba pánico constante, incapacidad para razonar, comer, hablar o incluso caminar. La Primera Guerra Mundial dejó un saldo de más 20 millones de heridos, y un número incontable de muertos. Aunque en este artículo intentamos explicar los peligros de la trinchera, la realidad es que ningún relato histórico le hace honor al horror experimentado por los soldados presentes en aquél infierno.
BIBLIOGRAFÍA
- Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Barcelona: Crítica, 1995.
- «Life in the trenches», New Zealand History, 20 de septiembre de 2017, https://nzhistory.govt.nz/war/new-zealanders-in-belgium/a-soldiers-lot.
- Santanu Das, «Sensuous life in the trenches», The British Library, 29 de enero de 2014, https://www.bl.uk/world-war-one/articles/sensuous-life-in-the-trenches.
- «Trench Warfare, Life in the Trenches, 1914-1919», National WWI Museum and Memorial, recuperado el 14 de octubre de 2021, https://www.theworldwar.org/learn/wwi/trenches.