Mayo, 1976.
Basile y Torres repasaban el plan por última vez antes de ir a la rotisería.
– Es simple, metés los trapos por la entrada sur de la cancha y te van a estar esperando Zárate y Palacios. Yo me quedo haciendo de campana con el auto – explicaba Basile.
-Bueno, ¿pero qué puerta es?, ¿y cómo sé cuándo voy a tener vía libre, Basile? – Cuestionaba el ansioso Torres.
– Te va’ a dar cuenta que es la única que tiene el número pintado por dentro, es la diecisei’, sino me falla la memoria. A las 5:50 PM clavado, voy a sacar la mano por la ventanilla para tirar un cigarrillo, y ese va ser tu momento. ¿Alguna pregunta? –
Concluyó Basile.
– Ninguna. Claro como el agua.
-Más le´ vale que así sea.
– ¿Ahora el nervioso es usted, Basile? Con la frialdad que lo caracteriza…
– Yo nervioso de nada, fue un aviso para usted Torres, el que avisa no traiciona.
Salieron del sótano Porteño a las calles de Parque Patricios, caminaron dos cuadras derecho hacia la rotisería, compraron con los pocos pesos que rascaron entre ambos y comieron una rica comida de domingo al mediodía. No quedaba mucho tiempo para bajar esa panzada, así que regresaron a la casa, se subieron al auto y se pusieron rumbo hacia la ciudad de las diagonales y de los estudiantes1.
Al sur del barrio, otras historias se cuentan, pero el mundo es un pañuelo…
– ¡¿Amor, cuándo están los fideos?!-
– 2 minutos tenes que esperar, cálmate un poco Gregorio.
– Estoy nervioso, amor, perdoná.
– ¿Por qué?
– Ya sabés en lo que se convirtió la barra brava, Noe. Escuché que andan tramando algo, y no estoy para esto, quiero seguir yendo a ver a Huracán pero esto me da mala espina. Todavía no hubo lío del importante, pero siento que se viene algo…
– Todo va a salir bien – interrumpe, ansiosa, Noelia – lo único que estate despierto, las cosas no son como antes. Lo sabés vos y lo sé yo, pero un poco de serenidad y todo irá como debe.
– Ya sé pero algo me huele mal, siento que cuando despliguen las banderas, algo van hacer, son despiadados, Noelia no les importa si sos blanco o negro, de Huracan o de Estudiantes, o si los apoyas a ellos o no, no les importa nada…
Gregorio no solía estar nervioso en los partidos debido a que el equipo tenía un buen andar futbolístico y le sentaba bien ir a la cancha a descargarse de los malos sabores que podría a llegar a traer la semana. Pero esa descarga se veía afectada por la intensa situación política con el arribo de los militares, tanto que ni el fútbol podía escapar de esto.
– ¡Carlos! ¡Veni a comer que nos vamos a la cancha!
– Ahí bajo pa’.
Gregorio y Carlos disfrutaron de unos deliciosos fideos con tuco, como cada domingo cuando iban a ver a su club. Esta vez la travesía constaba de viajar hasta La Plata, así que casi al instante que terminaron de comer fueron a esperar el tren para que los lleve hasta la capital de la Provincia de Buenos Aires.
Partieron con destino hacia 1 y 57, el estadio de Estudiantes de La Plata, con la incertidumbre que se olía y sentía en las calles porteñas, todos caminaban rápido y apurados,, ni con el más mínimo de los intereses de lo que sea que fuese que los rodeara. A pesar de que el ritmo de Buenos Aires fue, es y será caracterizado por su frenetismo imparable y agotador, desde aquel Marzo del 76’, las cosas habían cambiado de verdad.
Estudiantes y Huracán jugaron un partido que importaba poco en lo futbolístico pero no en lo social y menos, en lo político. A las 5:50 PM, como se había pronosticado, Basile abrió la ventana de su auto y arrojó un cigarrillo, acción que fue continuada por su compañero Torres, que lanzó el trapo por arriba del alambrado de la cancha de Estudiantes, como bien Basile le había indicado. Palacios y Zárate, tomaron las banderas y fueron pasándolas hacia adentro del estadio, para que los otros compañeros que se encontraban dentro desplegaran banderas con pancartas de apoyo a Montoneros que bajaron furiosas por la tribuna y flamearon por apenas poco más que un minuto, porque la lluvia de balas que bajó por parte de la policía hizo que se dispersara la gente en la tribuna.
– ¡¡Carlos!! ¡Buscá urgente algún lugar para esconderte y no salgas!- Gritó Gregorio desesperado.
Con muchos más cigarrillos fumados que su hijo de 16, Gregorio corría más lento que Carlos y el resto de los jóvenes, por lo que se quedó atrás y la llegada de los policías a caballo por la tribuna, acechaba. Recibió la embestida de 2 bastones largos que lo dejaron maltrecho e hicieron que su andar fuese aún más pausado.
A la segunda tanda de disparos no pudo escapar y un tiro en la espalda le atravesó el pulmón y la columna vertebral, haciendo que se desplome en el suelo.
Una vez que la balacera cesó, el partido, que ya a esta altura no interesaba a nadie, fue suspendido. Los hinchas de ambos clubes debieron quedarse hasta 3 horas después de la suspensión, mostrando su respectiva documentación, para demostrar que no eran parte de ningún “grupo subversivo”.
Una vez liberadas las puertas para la salida, Carlos bajó las escaleras para volverse a la Ciudad de Buenos Aires, solo.
Gregorio Noya, de 38 años, murió delante de su hijo cuando fue a ver un espectáculo deportivo del que nunca volvió, porque no se lo permitieron los años más sangrientos de la historia Argentina. Es el unico caso de un asesinato por parte de la ultima Dictadura-Civico-Militar en un estadio de futbol. Además, su poca trascendencia (debido a un encubrimiento por parte de los medios de comunicación), dificultó en su momento su difusión, y si bien hoy en día se conoce al menos el caso, sigue sin tener la repercusión que mereció en su momento.